viernes, enero 05, 2007

La puesta del sol me huele a un celeste tornasol claro e inodoro, que se pasea por mi rostro, acariciándolo suavemente como una flor, huele como flor, huele a infierno purificado o tal vez a frío, su claro celeste tornasol se vuelve turquesa al pasar los minutos, con un verde color de árbol que cobra vida con el viento.

Huele tal vez a vida, vida soñada, pura, fría y madrugadora, es un cántico de campanas que relinchan sin parar.
Aullidos y más aullidos acompañan la sed de la emoción, junto al tabaco que no se tiene y con una pluma que madruga en la corta vida que la espera.

Suena una ciudad moderna, suena despierta en un temprano día lunes, un día cualquiera pero no un cualquier día, la acompaña un par de pájaros y unos cuantos gallos que presencian su despertar junto al cántico de pajaritos, queriéndose transformar como de a lugar un reloj despertador.

Perros y más perros acompañan el compás de los carros, es un olor suave acompañado de sed, suenan las campanas cada vez más constantes, limpian el contorno de sonidos, produciendo un sabor amargo son color, sin sabor alguno, solo amargo y falta de desayuno.

El hambre no existe aquí, para mí, tan solo una sensación de descanso y una libertad rutinaria, estando en mi lugar favorito, acompañada con el viento y el sonido de cosas que parecen campanas, cosas que no logro divisar.

Mi deseo de escapar y regresar en el tiempo que aun no existe para mí, me hace despertar el recuerdo que añora siempre, el corazón que aún pretendo dormir, que aún pretendo guardar.

El aire pierde densidad y así mismo sus olores se empiezan despertar, la ciudad se despierta y empiezan a madrugar las voces. La amanecida está acabando y la sensación de serenidad, paz y compasión despierta cada vez más.
La mano ya tambalea de recuerdo y sentimiento que llena mi corazón, es un alivio trastornado entre el conflicto de mis pensamientos y la realidad que enfrenta mi vida.

En este día siento que el momento que presencio es único, esas ganas de hacer lo que siento se vuelve omnipotente.
Me acuerdo de lágrimas y dolores del pasado, y de aquella perra vagabunda de la cual en ratos me siento identificada.

Saber que al bajar de esta clase, de esta cápsula, de este viento y de esta vida mía, empieza en el mismo momento que retorno a la ciudad ya no tan dormida que se acurruca ante mis pies y miradas. Tal vez es una obra de arte no pensar lo que tengo que hacer en este día, este día que ha empezado tan temprano y que terminará en el mismo instante que vuelva a mi cama y muera en el sueño que no siempre obtengo.
Las pocas horas de descanso indiscutiblemente me hacen sentir útil, sin desdichas y sentimientos. Ya la claridad ha amanecido sin haber podido conocer el sol que todos esperábamos.

Personas empiezan a despertar de verdad, la sensación de insatisfacción ante la vida aparentemente perfecta que la mayoría tiene.

Veo almas despreocupadas y almas despiadadas, que junto al sonido de carros y pájaros, forman cada vez más al país que nos rodea, a este país que nos ha llamado ecuatorianos, ciudadanos y compatriotas.

Sin duda alguna empieza un nuevo día más, un largo día donde el tiempo no permitirá al sueño que me falta descansar, al tiempo que deseo para pensar, a las manos y deseo que quisiera despertar.


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